Sobre mí

 << Esta niña tiene mucho olfato >>

Esta fue, sin lugar a dudas, una de las afirmaciones que más escuché durante mi infancia, en ocasiones con palabras menos alabadoras como «esta niña es una delicada».

Y es que, lo primero que esta niña hacía tras llegar del cole era, al entornar la puerta de la calle, absorber el olor que percibía para poder descubrir qué se guisaba en la cocina. En función de ello, iba su “gana”. Si mi madre había hecho pasta en cualquiera de sus versiones, me alegraba la llegada; que mi abuelo había cocinado su comida favorita (que eran patatas con sepia), no tenía la misma motivación; se percibía col cociéndose, se marchaba a su habitación corriendo con un repentino dolor de estómago.

La necesidad agudiza el ingenio

Me cuestiono si mis 10 dioptrías, y me refiero no a la suma aritmética de mis ojos, sino a cada uno por separado, han tenido algo que ver (curiosa expresión en contexto) con el desarrollo de otros sentidos. Dicen que la necesidad agudiza el ingenio, quizá lo haga también en este sentido aplicado al desarrollo del olfato, o incluso, del tacto. Pues mi querida hermanita pagaba sus enfados escondiéndome las gafas durante la noche, para que al despertar, la luz del día no me permitiese distinguir ni un solo objeto, y a tientas tuviese que resolver los primeros momentos del día.

No creas que tener “buen” olfato es algo que te dé continuas alegrías, sino más bien puede ser causa de disgustos. Como el que me llevaba cada vez que una de mis compañeras de piso decidía hacer pasta. Cruzaba los dedos cada miércoles para que fuese boloñesa y no carbonara. El bacon de cerdo sin castrar es tan desagradable… Posiblemente me tomarás por loca al leer esto, pero podría explicarte, en detalle, los matices y puedo asegurarte que hay gente que lo diferencia. 

trufflemiss oliendo trufa

La primera vez que olí una trufa

Recuerdo la primera vez que olí una trufa. En la vida había tenido una sensación semejante. ¡Qué complejidad, qué completa, qué embriagadora, qué difícil de describir!. Hierba fresca, olivas negras, miel, frutos secos,… encontrar tantos elementos aromáticos en un único producto era inaudito para mí.

Poco después descubrí lo que sería más feliz no conociendo. Un fétido aroma que nubló mi vista y me mareó. Que todavía hoy, tras haberlo olido con frecuencia, sigue despertándome las peores de las sensaciones. El aroma de trufa, el químico, la imitación, el «fake».

Conocí todo lo que con él se hacía, la inmensa mayoría de los productos “trufados” que se comercializan e infinidad de platos en restaurantes (si también con Estrellas).

No cabía en mi asombro.